A veces perderse es la única forma de encontrarse

Debo reconocer que había perdido un poco las ganas de viajar. Quien me conoce un poquito sabe que siempre he sido bastante viajera y que durante una temporada me gustaba irme de un lugar a otro, sin asentarme del todo en mi querida Mallorca. Pero tras unos meses viviendo en Inglaterra, mi anhelada isla de la calma se me había antojado como mi única necesidad vital. Sin embargo, mi último viaje por la Toscana y la Emiglia Romagna, del que volví hace apenas poco más de un día, y del que por supuesto han surgido algunas bonitas reflexiones, me ha hecho recuperar de nuevo mi ilusión por recorrer mundo.

Soy de las que piensa, y esto lo digo con mucha honestidad sabiendo que no todos estarán de acuerdo conmigo, que, tal como dice Dorothy en la preciosa película El Mago de Oz: «THERE’S NO PLACE LIKE HOME». No suelo ser muy defensora del espíritu 100% viajero, ni suelo estar completamente de acuerdo con aquellos que piensan que viajar es la única forma que uno tiene de realizarse. La respeto, pero al contrario, pienso que uno necesita cuidar y querer su propio jardín antes de ir a admirar el jardín de otros, y que aprender a aceptar lo que uno tiene e incluso transformarlo gustosamente puede dar paso a profundos viajes interiores y a admirar pequeñas cosas que tenemos mucho más a mano. No obstante, viajar entra dentro de mis aspiraciones, y mi ilusión por viajar crece exponencialmente a mi aspiración por encontrar mi lugar en mi propio hogar.  Como dice Krishnamurti:

Podrás recorrer el mundo, pero tendrás que volver a ti

A medida que íbamos emprendiendo nuestro viaje (no estaba sola, viajaba con mi pareja) me dí cuenta de que iba soltando. Tristemente, una de las razones que impulsa a las personas a viajar es el hecho de que sea la única forma que conocemos de desconectar y de SOLTAR, alejándonos de nuestra rutina y de nuestras obligaciones. Esto ocurre porque sólo desde la distancia podemos adoptar una mirada distinta ante las cosas, y vivimos y experimentamos sin engranajes mentales y condicionantes que limitan nuestra libertad en lo que es nuestro día a día.

En nuestro viaje, a medida que pasaban los días, me iba apaciguando, tranquilizando, y a medida que esto ocurría, todo empezaba a cambiar de ritmo, y adquiría un tempo menos frenético, más lento, más apaciguado. Por supuesto no puedo olvidar que estaba inmersa en un espíritu mediterráneo y de gozo vital como es el italiano, y que sin duda durante mi tiempo viviendo en Madrid y en Londres difícilmente pudo ocurrirme lo mismo. El hecho es que al disminuir el ritmo, empecé a «mirar» de verdad.

Los italianos me han mostrado que la vida puede vivirse de otra manera. Soy muy consciente de que no puedo idealizar y que no todo va a ser jaranero, y que estar viajando no se corresponde con la vida diaria de los que viven y trabajan allí, con sus obligaciones, estrés, rutina, preocupaciones, mal tiempo (es una gozada viajar por Italia en junio pero seguro que no lo es tanto en pleno invierno). Pero pude observar pequeños detalles que me hicieron percatarme de algunas sutilezas: en las plazas por ejemplo veía a la gente sentada tranquilamente, sin hacer apenas nada (por supuesto, deberíamos reflexionar qué significa no hacer nada, puedes leer algo de lo que he escrito sobre ello aquí). Algunas simplemente leían un libro y otras se sentaban y hablaban entre ellas. Me sorprendió especialmente una mujer que paseaba el cochecito con su bebé y que miraba algo que le hacía partirse de risa a través de una tablet, y daba rodeos en la plaza siempre en una misma dirección (rodeando el banco en el que estábamos sentados). Ni qué decir del uso de las bicicletas, vehículo bastante común en Florencia y otras ciudades, y que implica una auténtica y diferenciada forma de vida de la que se podría hablar extensamente en otra entrada.

Cuando te das cuenta de que la gente no vive del mismo modo al que tú estás acostumbrada, te asombras. El asombro sólo es posible ante lo desconocido, por ello viajar es una forma de asombrarse. Evidentemente que los habrá llegando tarde al trabajo o a recoger a sus hijos o a ver el partido de fútbol (al fin y al cabo son europeos) pero cuando viajas te estás permitiendo el lujo constante de estar rodeado de ociosos, que, como tú, y sea por la razón que sea, están en las mismas plazas, parques y cafés, disfrutando del gusto de vivir, la dolce vita, vamos.  Y es por este motivo que puedes observarlo de forma más nítida a lo que podrías observarlo en tu propia vida en tu ciudad, básicamente porque estás acostumbrada a vivir siempre de la misma manera. Ante ello, en tu rutina, existe poca posibilidad de que ocurra el asombroPor supuesto que en nuestras ciudades hay gente que hace lo mismo: lee, mira los pájaros, pasea por el gusto de hacerlo, etc., pero ocurre que no sueles verlo porque estás centrado en tu propia rutina. Viajando en definitiva das provecho real a tus sentidos: oído, vista, olfato, tacto. Aprendes a percibir, a observar desinteresadamente, por el simple placer de percibir experiencias. Por eso es por lo que perderse en otras ciudades, o en medio de los campos de la toscana, o sea en el lugar que sea, y rodeado de la gente que sea es, a veces, NO LA ÚNICA, pero si una forma de encontrarse. 

Que tengáis un verano lleno de FILOSOFÍA Y FLOW 🙂

Os espero por aquí con el «caloret» y las pilas cargadas

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5 comentarios en “A veces perderse es la única forma de encontrarse

  1. ¡Execelente reflexión y totalmente real!
    Como bien dices apartarnos de nuestra rutina del día a día durante unos días nos permite tener una percepción totalmente única de nuestros sentidos y fijarnos en cosas insignificantes o tonterías que pueden tener mucho sentido, por eso pienso que desconectar de nuestra rutina durante x tiempo es algo obligatorio en nuestras vidas!

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